Muerto el perro…
Primero fueron exterminados los lobos, porque competían por las mismas presas y diezmaban su ganado. Algunas de sus crías sobrevivientes, fueron retenidas por los cazadores, tal vez por compasión, tal vez por admiración a sus cualidades naturales excepcionales. Desde épocas remotas los humanos los criaron, seleccionando a los más dóciles y obedientes. Después los cruzaron para obtener variedades y razas que resultaran útiles a sus intereses. Sin darse cuenta, moldearon animales que reproducían muchas de sus formas sociales y culturales, dentro de las cuales convivían: falderos, policías, ratoneros, pastores, de guarda o vigilancia, de trineo, rastreo, rescate, caza o compañía.
Los humanizaron tanto que les atribuyeron hazañas, los incorporaron a sus mitos y a la literatura, les dieron nombres propios, hogares, oficios, virtudes y defectos. Les robaron sus instintos sólo para devolvérselos transformados, convertidos en “los mejores amigos del hombre”.
Viven sus existencias penando entre la basura y bebiendo agua de los desagües, encerrados, encadenados en las casas, perfumados, de peluquería en peluquería, rodeados de afecto o gaseados en perreras municipales, golpeados, apaleados, apedreados, o también mimados, engordados y homenajeados en cementerios de mascotas. Les otorgamos responsabilidades, los explotamos y les exigimos fidelidad para con nosotros y ferocidad hacia los extraños.
Entonces pasa aquello que quisiéramos que nunca pasara: el perro desagradecido, muerde la mano de quien le da de comer. Y lo sacrificamos, por traidor, asesino y único responsable del crimen de obedecer a sus instintos lobunos, que arteramente escondía en lo más oscuro de su ser.
“Un perro de la raza Rottweiler mató a un bebé de 11 meses en las afueras de Mar del Plata. El hecho ocurrió en una casa de Estación Camet, donde el perro se lanzó al ataque, lo arrebató de los brazos de su abuela y le dio feroces mordidas que le causaron la muerte en forma instantánea.
Fuentes policiales informaron que el chico era hijo único de un matrimonio de clase media. Todas las mañanas dejaban al chico con sus abuelos, para ir a trabajar.
El animal habitualmente permanecía encerrado, pero esta vez estaba suelto en el parque de la casa. Su dueño, el abuelo del bebé, lo había llevado a la casa para reforzar la seguridad.
El abuelo del bebé pidió a la Policía que sacrificara al Rottweiler.”
(La Razón, 18 de marzo de 2005).
El perro vivía encadenado y enrejado en un canil de escasas dimensiones. Cumplía la función de guardián y protector; sus dientes estaban destinados a los posibles ladrones o extraños merodeadores. Era la tranquilidad, la seguridad, la garantía de la propiedad, la defensa de la vida, el respeto y el temor de los otros. Era como tener un policía en la casa, o mejor dicho, ése era su oficio. Ahora el perro será sacrificado por sus colegas humanos uniformados. Aunque nadie asume que el bebé murió por nuestra enferma obsesión por la seguridad.
Nuestros perros son la expresión de la sociedad en la eque vivimos, de cómo los educamos y criamos y de los valores que pretendemos adopten (en realidad algo imposible). Los tratamos como a personas y como a cosas al mismo tiempo. Pero lo mismo hacemos con nuestros congéneres: a los hombres y mujeres los tratamos como a perros o como cosas. Ponemos hombres tras las rejas o los convertimos en policías, igual que a los perros. Balazos, mordidas, gases lacrimógenos, ladridos e insultos; fragmentos de una sociedad que nosotros mismos construimos, salvaje y humana.
Lobisón
Primero fueron exterminados los lobos, porque competían por las mismas presas y diezmaban su ganado. Algunas de sus crías sobrevivientes, fueron retenidas por los cazadores, tal vez por compasión, tal vez por admiración a sus cualidades naturales excepcionales. Desde épocas remotas los humanos los criaron, seleccionando a los más dóciles y obedientes. Después los cruzaron para obtener variedades y razas que resultaran útiles a sus intereses. Sin darse cuenta, moldearon animales que reproducían muchas de sus formas sociales y culturales, dentro de las cuales convivían: falderos, policías, ratoneros, pastores, de guarda o vigilancia, de trineo, rastreo, rescate, caza o compañía.
Los humanizaron tanto que les atribuyeron hazañas, los incorporaron a sus mitos y a la literatura, les dieron nombres propios, hogares, oficios, virtudes y defectos. Les robaron sus instintos sólo para devolvérselos transformados, convertidos en “los mejores amigos del hombre”.
Viven sus existencias penando entre la basura y bebiendo agua de los desagües, encerrados, encadenados en las casas, perfumados, de peluquería en peluquería, rodeados de afecto o gaseados en perreras municipales, golpeados, apaleados, apedreados, o también mimados, engordados y homenajeados en cementerios de mascotas. Les otorgamos responsabilidades, los explotamos y les exigimos fidelidad para con nosotros y ferocidad hacia los extraños.
Entonces pasa aquello que quisiéramos que nunca pasara: el perro desagradecido, muerde la mano de quien le da de comer. Y lo sacrificamos, por traidor, asesino y único responsable del crimen de obedecer a sus instintos lobunos, que arteramente escondía en lo más oscuro de su ser.
“Un perro de la raza Rottweiler mató a un bebé de 11 meses en las afueras de Mar del Plata. El hecho ocurrió en una casa de Estación Camet, donde el perro se lanzó al ataque, lo arrebató de los brazos de su abuela y le dio feroces mordidas que le causaron la muerte en forma instantánea.
Fuentes policiales informaron que el chico era hijo único de un matrimonio de clase media. Todas las mañanas dejaban al chico con sus abuelos, para ir a trabajar.
El animal habitualmente permanecía encerrado, pero esta vez estaba suelto en el parque de la casa. Su dueño, el abuelo del bebé, lo había llevado a la casa para reforzar la seguridad.
El abuelo del bebé pidió a la Policía que sacrificara al Rottweiler.”
(La Razón, 18 de marzo de 2005).
El perro vivía encadenado y enrejado en un canil de escasas dimensiones. Cumplía la función de guardián y protector; sus dientes estaban destinados a los posibles ladrones o extraños merodeadores. Era la tranquilidad, la seguridad, la garantía de la propiedad, la defensa de la vida, el respeto y el temor de los otros. Era como tener un policía en la casa, o mejor dicho, ése era su oficio. Ahora el perro será sacrificado por sus colegas humanos uniformados. Aunque nadie asume que el bebé murió por nuestra enferma obsesión por la seguridad.
Nuestros perros son la expresión de la sociedad en la eque vivimos, de cómo los educamos y criamos y de los valores que pretendemos adopten (en realidad algo imposible). Los tratamos como a personas y como a cosas al mismo tiempo. Pero lo mismo hacemos con nuestros congéneres: a los hombres y mujeres los tratamos como a perros o como cosas. Ponemos hombres tras las rejas o los convertimos en policías, igual que a los perros. Balazos, mordidas, gases lacrimógenos, ladridos e insultos; fragmentos de una sociedad que nosotros mismos construimos, salvaje y humana.
Lobisón
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