CRECIMIENTO DEMOGRÁFICO, ECOLOGÍA Y ANARQUISMO
Introducción
El constante deterioro de la ecología provocada por la sociedad industrial ha provocado el surgimiento de numerosas organizaciones y grupos -independientes o gubernamentales- que aspiran a que la humanidad tome conciencia de dicho problema, así como frenar o disminuir la contaminación, la deforestación o el agujero de ozono. Otro tanto ocurre -aunque en mucha menor medida- con el problema de la explosión demográfica y la superpoblación. Todas estas organizaciones, sin excepción, tienen una política reformista basada en el convencimiento de que es posible detener la destrucción medioambiental sin necesidad de alterar los cimentos del capitalismo industrial, de su racionalidad económica, sus relaciones sociales o las formas básicas de organización política y social. Aspiran a un capitalismo más humano, a una sociedad más justa y equitativa, a un mundo con conciencia "verde", es decir, empresarios que comprendan que plantar árboles puede ser también un negocio, a gobiernos que hagan programas de incremento de la productividad sin desertizar el suelo, a programas de reproducción asistida y planificación familiar para disminuir la pobreza causada por tener una prole numerosa. Tal vez no haya que dudar de sus buenas intenciones. Tal vez. Pero podemos dudar no ya solo de la efectividad o aplicabilidad de dicho accionar, sino de la posibilidad cierta de detener la catástrofe ecológica y demográfica que se avecina si no cambiamos de raíz la sociedad industrial, si no reemplazamos el sistema productivo actual por una sociedad sin explotadores ni gobernantes, basada en una racionalidad diferente. El objeto de este artículo es demostrar que sin una revolución social no será posible evitar un holocausto ecológico, la destrucción del planeta a una escala nunca antes vista y la muerte de gran parte de la población mundial.
El problema
El principal problema ecológico no es la contaminación, la extinción de las ballenas o el agujero de la capa de ozono. Es una razón mucho menos popular a ojos de los ecologistas: es el crecimiento demográfico. Esto se debe a que las poblaciones humanas tienen un crecimiento exponencial, es decir, tienen una tasa de crecimiento. Esa tasa se indica en porcentajes de crecimiento. En poblaciones reducidas ese crecimiento es apenas perceptible, pero no ocurre lo mismo en poblaciones mayores. Esa es la trampa fundamental de este tipo de crecimiento. Imaginemos un estanque con un alga que para reproducirse se duplica una vez al día y en treinta días cubre la totalidad de su superficie. ¿Cómo está el día veintinueve?. Por la mitad. Algo parecido ocurre con las poblaciones humanas. Lo lamentable es que los seres humanos consideran que el día treinta nunca llegará. De todos modos el mundo nunca albergará a tantos seres humanos que terminaremos cayéndonos al mar. Mucho antes de esto la propia naturaleza tomará las medidas necesarias para eliminar el "excedente". Y lamentablemente serán drásticas, tanto que comprometerán todas las formas de vida actualmente existentes. El hambre y las enfermedades serán los reguladores.
El mundo ronda los seis mil millones de habitantes. Cada año se incorporan al mundo cien millones de niños. Se calcula que en unos cuarenta años doblaremos la población mundial actual. El mundo deberá producir el doble de los alimentos que ya produce, consumir el doble de agua, petróleo, casas, etc. Todo esto en un mundo más desertizado, más deforestado, con sus reservas acuíferas comprometidas.
La destrucción
Hoy se extrae el agua del suelo y napas subterráneas más rápido de lo que la naturaleza las repone. Cada vez hay que hacer pozos más profundos y éstos una vez agotados pueden quedar inutilizados. En las llanuras de Ogallala, una zona cerealera de los Estados Unidos, el agua de las napas subterráneas usada para regadíos desciende a un promedio de 1,5 metros por año. En caso de que se agotaran los recursos acuíferos la agricultura norteamericana sufriría un golpe muy fuerte, así como aquellos países que importan cereales de ese país. Esto a ejemplo ilustrativo. Pero la escasez de agua es un problema en casi todas las grandes ciudades de países subdesarrollados, desde Pekín o Bombay hasta Buenos Aires. Y no sólo es escasa sino que aumenta su grado de contaminación. Millones de personas envían sus desperdicios y excrementos a los ríos y al subsuelo, de donde extraerán luego el agua que beberán. A esto debemos agregarle la contaminación industrial.
Otro problema es la desertización. Los abonos químicos son paliativos, pero no una solución a éste problema. Hay quienes sostienen, especialmente desde sectores de la Iglesia, que las reservas de alimentos podrían dar de comer a una población diez veces mayor que la actual. Estas proposiciones formuladas desde la estupidez y la ignorancia pretenden utilizar la totalidad de la superficie del planeta para producir alimentos. Esto es imposible porque implicaría desmontar todos los bosques de la Tierra, con su consecuente catástrofe ecológica. El desmonte forestal tanto para la creación de praderas de pastoreo como para la producción de maderas y papel ha provocado la desertización de gran parte del Amazonas brasileño, más la destrucción de la biodiversidad. Convertimos bosques en papel. Papel para publicar todas las imbecilidades que publican diarios y revistas, para llenar de expedientes los juzgados, para envoltorios de chicles y cigarrillos, para emitir facturas, para cajas de cartón de vino o de televisores. Un diez por ciento del territorio cultivable australiano se convirtió en desierto por obra de la acción humana. La productividad de la llanura pampeana desciende año tras año. Y cada vez hacen falta más alimentos.
Las víctimas
La población mundial hacia 1650 se calcula en unos quinientos millones de habitantes, unos mil millones hacia 1800 y dos mil millones en 1930. De los seis mil millones actuales el 75% son pobres parcial o totalmente. Y unos mil quinientos millones de personas padecen hambre crónica. El aumento demográfico de los próximos años redundará en un fuerte aumento de las tasas de mortalidad. De los cien millones de personas que se incorporan al mundo cada año el 80% son pobres. El aumento de la inmigración legal o ilegal, con el recrudecimiento de la xenofobia tienen aquí una de sus causas.
En la India en los años '70 debido a un desastre en las cosechas murieron 800.000 personas de hambre sólo en sus tres estados más pobres. En Africa tropical se calculaba que para 1980 el 44% de sus habitantes padecían desnutrición y un quinto de la población sufría problemas de salud a causa del hambre. Estas tendencias a la escasez y hambrunas son cíclicas y cada vez más frecuentes, combinadas con convulsiones políticas y genocidios, como los casos de Ruanda, Burundi y Etiopía. Con una tasa de crecimiento poblacional del 2% anual las perspectivas son negras, ya que la producción mundial de cereales lo hace a un ritmo de 0,9% anual.
La mortalidad infantil en Malí es de 175 niños cada mil nacimientos y en Pakistán 120 cada mil. Esta también es la tasa de mortalidad infantil de algunas regiones en las provincias del noroeste argentino. La pobreza es el principal problema de salud mundial y en especial en los países pobres. Las familias numerosas son el único reaseguro de los pobres, porque un alto número de hijos proporciona un mayor número de ingresos en el futuro, pero aumenta también las bocas que alimentar y las tasas de mortalidad. Es un círculo vicioso. La desesperación tanto como la desertización y la baja rentabilidad agrícola impulsan a los campesinos a las ciudades generándose aglomeraciones urbanas, la mayor parte de estas en el Tercer Mundo. Bombay tiene unos 15 millones de habitantes y la mitad de ellos vive en ranchos. Medio millón de personas viven en la calle.
Se objetará que muchas de estas desgracias son evitables con un reparto mejor, más equitativo. Lamentablemente no es así. Si repartiéramos equitativamente los alimentos entre todos los habitantes de la Tierra ya no alcanzarían, según los últimos cálculos. Unos 1.000 millones padecerían una alimentación inadecuada. La igualdad no deja de ser deseable, pero con ella sola no alcanza, al menos hoy en día. Por eso las perspectivas son desalentadoras y la urgencia de un cambio revolucionario se hace cada vez más necesaria, imprescindible. Si no hacemos una revolución que trastoque de raíz la situación actual, lo hará la naturaleza por nosotros, y no quedará mucho para repartir después.
Los victimarios
La explosión demográfica y el deterioro ecológico tienen su origen en el modo de producción capitalista. Cuando surgió el capitalismo industrial las poblaciones comenzaron a aumentar cada vez más rápido. Las condiciones de vida en los siglos XVIII y XIX eran peores en Europa que en muchos países subdesarrollados hoy. Sólo en el siglo XX la calidad de vida del mundo desarrollado pegó un salto nunca antes visto, pero a costa de un mayor deterioro del nivel de vida de los países subdesarrollados.
El capitalismo necesita grandes concentraciones urbanas para desarrollarse, de gente que necesite pagar para satisfacer sus necesidades básicas porque no puede autoabastecerse. La necesidad obliga al trabajador a vender su fuerza de trabajo a los capitalistas -quienes se quedan con una parte de su producto- y a comprar sus alimentos, vestido, techo, educación y salud en un mercado capitalista al que retorna el magro sueldo obtenido. Cuantos más habitantes tenga un país mayor será la posibilidad de que se conviertan en clientes de cualquier empresa. En un mundo globalizado, con costes de transporte y comunicación cada vez menores, el mercado son todos los habitantes del planeta. Se podría argumentar que es mejor un mercado pequeño y de alto poder adquisitivo como es el caso de Europa, que un mercado gigante y de ingresos magros. Por empezar el poder adquisitivo europeo, norteamericano o japonés se debe a que el resto de los países fueron, son y serán esquilmados por el mundo desarrollado. No vamos a discutir un punto tan obvio y resabido. El desinterés o despreocupación de los empresarios y gobernantes del mundo por la superpoblación se basa en creer que como el progreso ha ido hasta ahora de la mano del crecimiento demográfico, esto siempre será así. Una población mayor implica también más consumidores. Y hasta los más pobres algo consumen -sino no podrían sobrevivir- y ese consumo deja ganancias. Millones de toneladas de cereales, arroz y comidas baratas, millones de encendedores chinos, cigarrillos, alcohol (entre los pobres tal vez más), ropa barata, chapas baratas para las casas, todo barato y de mala calidad, como la calidad de vida de sus consumidores. En el capitalismo todo es mercancía. Una población mayor significa un ejército mayor, es decir, más carne de cañón, más súbditos para gobernar, mayor poder para el Estado y sus gobiernos.
Los economistas consideran beneficioso el crecimiento demográfico y sostienen que los grupos numerosos pueden disfrutar de ventajas colectivas mayores que los grupos pequeños. En 1969 el economista Colin Clarck predijo que la India se convertiría en una década en el país más poderoso de la Tierra en virtud de su crecimiento poblacional. ¿Hace falta un comentario?. A fines del siglo XVIII en Europa hubo una gran demanda de mano de obra infantil. Como consecuencia se estimuló la crianza de hijos porque eran un ingreso extra a las familias paupérrimas, y los capitalistas los preferían por que eran más dóciles y se les pagaba menos que a los adultos. El antropólogo Marvin Harris describe la situación de la siguiente manera: "los niños que antes habrían sido descuidados, abandonados o matados en la infancia gozaron del dudoso privilegio de vivir hasta la edad de entrar a trabajar en una fábrica durante unos años, antes de sucumbir a la tuberculosis."
Como sostiene el demógrafo Paul Ehrlich "el capital busca por todo el mundo mano de obra barata, y el crecimiento demográfico es garantía de que va a sobrar... La mayoría de las personas ignora que, al menos en las naciones ricas, el crecimiento económico constituye la enfermedad y no el remedio". Lo que hoy consideramos como producción genera graves daños al medio ambiente, aunque no figure en la lista de los "costos". Para ellos el horror lo constituye el estancamiento. Por supuesto que en una situación de crecimiento demográfico el estancamiento equivale a empobrecimiento. Pero la sobrecarga del sistema ecológico global tampoco podrá soportar un crecimiento sostenido por muchos años más. En la sociedad prima la racionalidad económica. El sistema necesita de economistas y empresarios, no de demógrafos y ecologistas (estos sólo serán deseables si sus "aportes" aumentan la rentabilidad). Hacen falta consumidores y policías, y no críticos o anarquistas. Pensemos cuántos estudiantes de economía se incorporan a la UBA por año y cuántos de geografía, la única carrera que apenas roza el problema demográfico y el ecológico; la proporción es de 100 a 1.
Racionalidad capitalista
¿Qué es lo que busca un empresario cuando invierte?. Rentabilidad, es decir obtener beneficios económicos. El beneficio económico en el capitalismo puede traducirse como ganancia monetaria. Las empresas que no son rentables tienden a desaparecer, con la excepción de ciertos servicios estratégicos que pueden ser subvencionados por el Estado, como es el caso de los ferrocarriles. La ley de la oferta y la demanda hace que si un producto comience a escasear, su precio aumente, compensando el volumen de ventas menor. Si hay menos árboles, el precio de la madera sube, si el petróleo es más escaso suben los precios de sus derivados. Si la merluza -hace escasos diez años el pescado más barato de la Argentina- escasea por la sobreexplotación, aumenta su precio (en nuestro país subió un 200%). Si los costos de extracción aumentan como ocurre con el agua- que requiere de pozos más profundos, procesos de desalinización y de descontaminación- el precio del servicio sube porque la empresa que lo suministra no estará dispuesta a perder dinero. También si es más rentable envasar gaseosas en botellas de plástico descartables en lugar de utilizar vidrio reciclable, como era antiguamente, no importa el impacto ambiental de miles de toneladas de plástico inservible. Muchos podrán opinar que el Estado por intermedio de leyes puede impedir la contaminación. Es verdad, mientras los consumidores asuman el costo de la reconversión a sistemas menos agresivos con el ecosistema mediante un nuevo aumento de precios. De todos modos lo que importa es obtener un rendimiento inmediato del capital. Si la destrucción de las ballenas por los japoneses o la Amazonia por los deforestadores otorga beneficios, los empresarios no dudarán en hacerlo. Esa es la realidad. De la misma forma no dudan en trasladar sus empresas a las zonas de mayor pobreza a fin de obtener mano de obra más barata. La economía en boga sostiene que los recursos son ilimitados y una vez agotado un recurso siempre surgirá otro para reemplazarlo. Cuando se agotó el carbón de hulla como combustible se utilizó petróleo, luego energía eléctrica y ahora el gas natural. Cuando el petróleo se agote descubriremos algo que lo reemplace. Seguramente, pero nada podrá reemplazar el agua contaminada, los bosques convertidos en desiertos, las especies animales y vegetales extinguidas. Pero las sustituciones no siempre han sido exitosas. La forma de energía más desarrollada, la energía nuclear, ha acarreado tantos problemas como beneficios. La energía hidroeléctrica que se creía inocua provoca graves trastornos medioambientales.
Los capitalistas creen que el crecimiento de beneficios puede ser ilimitado, pero la naturaleza tiene límites y la producción no puede crecer de manera ilimitada. Todos los incrementos en fuerza de trabajo, capital, tierras y recursos que se emplean en la producción constituyen una intensificación. El punto principal es que la intensificación conduce a una disminución del rendimiento y esto provoca una disminución de la calidad de vida humana. Y la única forma de superar este problema es pasar a tecnologías más eficaces. Este es el mecanismo del progreso en el capitalismo. Los cambios tecnológicos son una respuesta a la escasez de recursos, al aumento de población y del costo de vida. Aparentemente el capitalismo de la mano de la ciencia y la tecnología ha ganado la batalla al crecimiento demográfico, a la intensificación y al descenso del rendimiento. Pero es una victoria momentánea. Y sólo para aquellos que no padecen el hambre y las enfermedades que obsequia el sistema a la mayoría. Es una victoria con pies de barro.
La revolución verde en la agricultura es en realidad la incorporación del petróleo, máquinas, fertilizantes, herbicidas y fungicidas e insecticidas a los procesos de producción agrícola. Marvin Harris cita un estudio de David Pimentel, de la Universidad de Cornell, en el que se especifica lo siguiente: "hoy se emplean en EE.UU. 2790 calorías de energía para producir y ofrecer una lata de cereales que contiene 270 calorías. En la actualidad la producción de carne requiere déficits energéticos aún más prodigiosos: 22.000 calorías para producir 100 gramos (que contienen las mismas 270 calorías de la lata de cereales). La naturaleza burbujeante de este modo de producción puede observarse en el hecho de que si el resto del mundo adoptara repentinamente las proporciones energéticas características de la agricultura estadounidense, todas las reservas conocidas de petróleo se agotarían en 11 años." ¿Cuánto puede durar este desequilibrio?. Si pasáramos a tecnologías menos eficaces pero más racionales ecológicamente y no económicamente sobrevendría el hambre. La salida es la hambruna generalizada o la destrucción del ecosistema con mayor intensificación de la producción e inversión tecnológica. A la larga o a la corta todos los caminos conducen a la pobreza y el hambre de la mayoría. Por lo visto, parece imposible conjugar las necesidades del sistema capitalista con el mantenimiento del ecosistema.
Ecología y anarquismo
Se puede ser anarquista y no interesarse de los problemas ecológicos. El anarquismo es una filosofía que no tiene como objeto el conservacionismo, el control demográfico o una conciencia "verde". Su objetivo es la libertad humana, la igualdad y la solidaridad, desterrando la explotación y la autoridad. Pero un sistema comunista libertario sería poco sensato si desconociera la gravedad de los problemas anteriormente expuestos. Es más, no tendría muchas posibilidades de sobrevivir si no cambiase rápidamente su racionalidad por una nueva, en armonía con los recursos disponibles en la naturaleza. En una nueva racionalidad se favorecería el transporte público sobre el privado, reduciéndose la contaminación; se daría lugar a actividades menos rentables económicamente, pero como el objetivo es una producción social y no la obtención de beneficio monetario los patrones de evaluación serían distintos. Puede ser que los relojes, encendedores, envases y pañales descartables sean más rentables, y de hecho lo son. Pero una producción para los hombres y no para la simple obtención de beneficio hará bienes más durables, reciclables y de impacto ecológico reducido. Una tasa de natalidad reducida, la desconcentración de las grandes urbes serán problemáticas a afrontar también en una sociedad libre de opresores.
La lucha en este tipo de problemáticas se alinea en general en el campo reformista. Participar en ellas requiere del mismo cuidado que la participación en la lucha sindical. Sabemos que son luchas que el sistema las apadrina muchas veces y las estimula para desviar los reclamos sobre la problemática social. Pero no debemos desestimarla ni darle un peso mayor que el que le corresponde. De todos modos la solución no pasa por mantener el sistema ecológico sino por una revolución que acabe de una vez por todas con la explotación, la autoridad y todas las iniquidades que padecen los seres humanos por culpa de los explotadores. Un mundo verde y reciclable, con ballenas contentas y sin humo, pero con explotados y opresores podría ser tanto o más espantoso que este.
El problema
El principal problema ecológico no es la contaminación, la extinción de las ballenas o el agujero de la capa de ozono. Es una razón mucho menos popular a ojos de los ecologistas: es el crecimiento demográfico. Esto se debe a que las poblaciones humanas tienen un crecimiento exponencial, es decir, tienen una tasa de crecimiento. Esa tasa se indica en porcentajes de crecimiento. En poblaciones reducidas ese crecimiento es apenas perceptible, pero no ocurre lo mismo en poblaciones mayores. Esa es la trampa fundamental de este tipo de crecimiento. Imaginemos un estanque con un alga que para reproducirse se duplica una vez al día y en treinta días cubre la totalidad de su superficie. ¿Cómo está el día veintinueve?. Por la mitad. Algo parecido ocurre con las poblaciones humanas. Lo lamentable es que los seres humanos consideran que el día treinta nunca llegará. De todos modos el mundo nunca albergará a tantos seres humanos que terminaremos cayéndonos al mar. Mucho antes de esto la propia naturaleza tomará las medidas necesarias para eliminar el "excedente". Y lamentablemente serán drásticas, tanto que comprometerán todas las formas de vida actualmente existentes. El hambre y las enfermedades serán los reguladores.
El mundo ronda los seis mil millones de habitantes. Cada año se incorporan al mundo cien millones de niños. Se calcula que en unos cuarenta años doblaremos la población mundial actual. El mundo deberá producir el doble de los alimentos que ya produce, consumir el doble de agua, petróleo, casas, etc. Todo esto en un mundo más desertizado, más deforestado, con sus reservas acuíferas comprometidas.
La destrucción
Hoy se extrae el agua del suelo y napas subterráneas más rápido de lo que la naturaleza las repone. Cada vez hay que hacer pozos más profundos y éstos una vez agotados pueden quedar inutilizados. En las llanuras de Ogallala, una zona cerealera de los Estados Unidos, el agua de las napas subterráneas usada para regadíos desciende a un promedio de 1,5 metros por año. En caso de que se agotaran los recursos acuíferos la agricultura norteamericana sufriría un golpe muy fuerte, así como aquellos países que importan cereales de ese país. Esto a ejemplo ilustrativo. Pero la escasez de agua es un problema en casi todas las grandes ciudades de países subdesarrollados, desde Pekín o Bombay hasta Buenos Aires. Y no sólo es escasa sino que aumenta su grado de contaminación. Millones de personas envían sus desperdicios y excrementos a los ríos y al subsuelo, de donde extraerán luego el agua que beberán. A esto debemos agregarle la contaminación industrial.
Otro problema es la desertización. Los abonos químicos son paliativos, pero no una solución a éste problema. Hay quienes sostienen, especialmente desde sectores de la Iglesia, que las reservas de alimentos podrían dar de comer a una población diez veces mayor que la actual. Estas proposiciones formuladas desde la estupidez y la ignorancia pretenden utilizar la totalidad de la superficie del planeta para producir alimentos. Esto es imposible porque implicaría desmontar todos los bosques de la Tierra, con su consecuente catástrofe ecológica. El desmonte forestal tanto para la creación de praderas de pastoreo como para la producción de maderas y papel ha provocado la desertización de gran parte del Amazonas brasileño, más la destrucción de la biodiversidad. Convertimos bosques en papel. Papel para publicar todas las imbecilidades que publican diarios y revistas, para llenar de expedientes los juzgados, para envoltorios de chicles y cigarrillos, para emitir facturas, para cajas de cartón de vino o de televisores. Un diez por ciento del territorio cultivable australiano se convirtió en desierto por obra de la acción humana. La productividad de la llanura pampeana desciende año tras año. Y cada vez hacen falta más alimentos.
Las víctimas
La población mundial hacia 1650 se calcula en unos quinientos millones de habitantes, unos mil millones hacia 1800 y dos mil millones en 1930. De los seis mil millones actuales el 75% son pobres parcial o totalmente. Y unos mil quinientos millones de personas padecen hambre crónica. El aumento demográfico de los próximos años redundará en un fuerte aumento de las tasas de mortalidad. De los cien millones de personas que se incorporan al mundo cada año el 80% son pobres. El aumento de la inmigración legal o ilegal, con el recrudecimiento de la xenofobia tienen aquí una de sus causas.
En la India en los años '70 debido a un desastre en las cosechas murieron 800.000 personas de hambre sólo en sus tres estados más pobres. En Africa tropical se calculaba que para 1980 el 44% de sus habitantes padecían desnutrición y un quinto de la población sufría problemas de salud a causa del hambre. Estas tendencias a la escasez y hambrunas son cíclicas y cada vez más frecuentes, combinadas con convulsiones políticas y genocidios, como los casos de Ruanda, Burundi y Etiopía. Con una tasa de crecimiento poblacional del 2% anual las perspectivas son negras, ya que la producción mundial de cereales lo hace a un ritmo de 0,9% anual.
La mortalidad infantil en Malí es de 175 niños cada mil nacimientos y en Pakistán 120 cada mil. Esta también es la tasa de mortalidad infantil de algunas regiones en las provincias del noroeste argentino. La pobreza es el principal problema de salud mundial y en especial en los países pobres. Las familias numerosas son el único reaseguro de los pobres, porque un alto número de hijos proporciona un mayor número de ingresos en el futuro, pero aumenta también las bocas que alimentar y las tasas de mortalidad. Es un círculo vicioso. La desesperación tanto como la desertización y la baja rentabilidad agrícola impulsan a los campesinos a las ciudades generándose aglomeraciones urbanas, la mayor parte de estas en el Tercer Mundo. Bombay tiene unos 15 millones de habitantes y la mitad de ellos vive en ranchos. Medio millón de personas viven en la calle.
Se objetará que muchas de estas desgracias son evitables con un reparto mejor, más equitativo. Lamentablemente no es así. Si repartiéramos equitativamente los alimentos entre todos los habitantes de la Tierra ya no alcanzarían, según los últimos cálculos. Unos 1.000 millones padecerían una alimentación inadecuada. La igualdad no deja de ser deseable, pero con ella sola no alcanza, al menos hoy en día. Por eso las perspectivas son desalentadoras y la urgencia de un cambio revolucionario se hace cada vez más necesaria, imprescindible. Si no hacemos una revolución que trastoque de raíz la situación actual, lo hará la naturaleza por nosotros, y no quedará mucho para repartir después.
Los victimarios
La explosión demográfica y el deterioro ecológico tienen su origen en el modo de producción capitalista. Cuando surgió el capitalismo industrial las poblaciones comenzaron a aumentar cada vez más rápido. Las condiciones de vida en los siglos XVIII y XIX eran peores en Europa que en muchos países subdesarrollados hoy. Sólo en el siglo XX la calidad de vida del mundo desarrollado pegó un salto nunca antes visto, pero a costa de un mayor deterioro del nivel de vida de los países subdesarrollados.
El capitalismo necesita grandes concentraciones urbanas para desarrollarse, de gente que necesite pagar para satisfacer sus necesidades básicas porque no puede autoabastecerse. La necesidad obliga al trabajador a vender su fuerza de trabajo a los capitalistas -quienes se quedan con una parte de su producto- y a comprar sus alimentos, vestido, techo, educación y salud en un mercado capitalista al que retorna el magro sueldo obtenido. Cuantos más habitantes tenga un país mayor será la posibilidad de que se conviertan en clientes de cualquier empresa. En un mundo globalizado, con costes de transporte y comunicación cada vez menores, el mercado son todos los habitantes del planeta. Se podría argumentar que es mejor un mercado pequeño y de alto poder adquisitivo como es el caso de Europa, que un mercado gigante y de ingresos magros. Por empezar el poder adquisitivo europeo, norteamericano o japonés se debe a que el resto de los países fueron, son y serán esquilmados por el mundo desarrollado. No vamos a discutir un punto tan obvio y resabido. El desinterés o despreocupación de los empresarios y gobernantes del mundo por la superpoblación se basa en creer que como el progreso ha ido hasta ahora de la mano del crecimiento demográfico, esto siempre será así. Una población mayor implica también más consumidores. Y hasta los más pobres algo consumen -sino no podrían sobrevivir- y ese consumo deja ganancias. Millones de toneladas de cereales, arroz y comidas baratas, millones de encendedores chinos, cigarrillos, alcohol (entre los pobres tal vez más), ropa barata, chapas baratas para las casas, todo barato y de mala calidad, como la calidad de vida de sus consumidores. En el capitalismo todo es mercancía. Una población mayor significa un ejército mayor, es decir, más carne de cañón, más súbditos para gobernar, mayor poder para el Estado y sus gobiernos.
Los economistas consideran beneficioso el crecimiento demográfico y sostienen que los grupos numerosos pueden disfrutar de ventajas colectivas mayores que los grupos pequeños. En 1969 el economista Colin Clarck predijo que la India se convertiría en una década en el país más poderoso de la Tierra en virtud de su crecimiento poblacional. ¿Hace falta un comentario?. A fines del siglo XVIII en Europa hubo una gran demanda de mano de obra infantil. Como consecuencia se estimuló la crianza de hijos porque eran un ingreso extra a las familias paupérrimas, y los capitalistas los preferían por que eran más dóciles y se les pagaba menos que a los adultos. El antropólogo Marvin Harris describe la situación de la siguiente manera: "los niños que antes habrían sido descuidados, abandonados o matados en la infancia gozaron del dudoso privilegio de vivir hasta la edad de entrar a trabajar en una fábrica durante unos años, antes de sucumbir a la tuberculosis."
Como sostiene el demógrafo Paul Ehrlich "el capital busca por todo el mundo mano de obra barata, y el crecimiento demográfico es garantía de que va a sobrar... La mayoría de las personas ignora que, al menos en las naciones ricas, el crecimiento económico constituye la enfermedad y no el remedio". Lo que hoy consideramos como producción genera graves daños al medio ambiente, aunque no figure en la lista de los "costos". Para ellos el horror lo constituye el estancamiento. Por supuesto que en una situación de crecimiento demográfico el estancamiento equivale a empobrecimiento. Pero la sobrecarga del sistema ecológico global tampoco podrá soportar un crecimiento sostenido por muchos años más. En la sociedad prima la racionalidad económica. El sistema necesita de economistas y empresarios, no de demógrafos y ecologistas (estos sólo serán deseables si sus "aportes" aumentan la rentabilidad). Hacen falta consumidores y policías, y no críticos o anarquistas. Pensemos cuántos estudiantes de economía se incorporan a la UBA por año y cuántos de geografía, la única carrera que apenas roza el problema demográfico y el ecológico; la proporción es de 100 a 1.
Racionalidad capitalista
¿Qué es lo que busca un empresario cuando invierte?. Rentabilidad, es decir obtener beneficios económicos. El beneficio económico en el capitalismo puede traducirse como ganancia monetaria. Las empresas que no son rentables tienden a desaparecer, con la excepción de ciertos servicios estratégicos que pueden ser subvencionados por el Estado, como es el caso de los ferrocarriles. La ley de la oferta y la demanda hace que si un producto comience a escasear, su precio aumente, compensando el volumen de ventas menor. Si hay menos árboles, el precio de la madera sube, si el petróleo es más escaso suben los precios de sus derivados. Si la merluza -hace escasos diez años el pescado más barato de la Argentina- escasea por la sobreexplotación, aumenta su precio (en nuestro país subió un 200%). Si los costos de extracción aumentan como ocurre con el agua- que requiere de pozos más profundos, procesos de desalinización y de descontaminación- el precio del servicio sube porque la empresa que lo suministra no estará dispuesta a perder dinero. También si es más rentable envasar gaseosas en botellas de plástico descartables en lugar de utilizar vidrio reciclable, como era antiguamente, no importa el impacto ambiental de miles de toneladas de plástico inservible. Muchos podrán opinar que el Estado por intermedio de leyes puede impedir la contaminación. Es verdad, mientras los consumidores asuman el costo de la reconversión a sistemas menos agresivos con el ecosistema mediante un nuevo aumento de precios. De todos modos lo que importa es obtener un rendimiento inmediato del capital. Si la destrucción de las ballenas por los japoneses o la Amazonia por los deforestadores otorga beneficios, los empresarios no dudarán en hacerlo. Esa es la realidad. De la misma forma no dudan en trasladar sus empresas a las zonas de mayor pobreza a fin de obtener mano de obra más barata. La economía en boga sostiene que los recursos son ilimitados y una vez agotado un recurso siempre surgirá otro para reemplazarlo. Cuando se agotó el carbón de hulla como combustible se utilizó petróleo, luego energía eléctrica y ahora el gas natural. Cuando el petróleo se agote descubriremos algo que lo reemplace. Seguramente, pero nada podrá reemplazar el agua contaminada, los bosques convertidos en desiertos, las especies animales y vegetales extinguidas. Pero las sustituciones no siempre han sido exitosas. La forma de energía más desarrollada, la energía nuclear, ha acarreado tantos problemas como beneficios. La energía hidroeléctrica que se creía inocua provoca graves trastornos medioambientales.
Los capitalistas creen que el crecimiento de beneficios puede ser ilimitado, pero la naturaleza tiene límites y la producción no puede crecer de manera ilimitada. Todos los incrementos en fuerza de trabajo, capital, tierras y recursos que se emplean en la producción constituyen una intensificación. El punto principal es que la intensificación conduce a una disminución del rendimiento y esto provoca una disminución de la calidad de vida humana. Y la única forma de superar este problema es pasar a tecnologías más eficaces. Este es el mecanismo del progreso en el capitalismo. Los cambios tecnológicos son una respuesta a la escasez de recursos, al aumento de población y del costo de vida. Aparentemente el capitalismo de la mano de la ciencia y la tecnología ha ganado la batalla al crecimiento demográfico, a la intensificación y al descenso del rendimiento. Pero es una victoria momentánea. Y sólo para aquellos que no padecen el hambre y las enfermedades que obsequia el sistema a la mayoría. Es una victoria con pies de barro.
La revolución verde en la agricultura es en realidad la incorporación del petróleo, máquinas, fertilizantes, herbicidas y fungicidas e insecticidas a los procesos de producción agrícola. Marvin Harris cita un estudio de David Pimentel, de la Universidad de Cornell, en el que se especifica lo siguiente: "hoy se emplean en EE.UU. 2790 calorías de energía para producir y ofrecer una lata de cereales que contiene 270 calorías. En la actualidad la producción de carne requiere déficits energéticos aún más prodigiosos: 22.000 calorías para producir 100 gramos (que contienen las mismas 270 calorías de la lata de cereales). La naturaleza burbujeante de este modo de producción puede observarse en el hecho de que si el resto del mundo adoptara repentinamente las proporciones energéticas características de la agricultura estadounidense, todas las reservas conocidas de petróleo se agotarían en 11 años." ¿Cuánto puede durar este desequilibrio?. Si pasáramos a tecnologías menos eficaces pero más racionales ecológicamente y no económicamente sobrevendría el hambre. La salida es la hambruna generalizada o la destrucción del ecosistema con mayor intensificación de la producción e inversión tecnológica. A la larga o a la corta todos los caminos conducen a la pobreza y el hambre de la mayoría. Por lo visto, parece imposible conjugar las necesidades del sistema capitalista con el mantenimiento del ecosistema.
Ecología y anarquismo
Se puede ser anarquista y no interesarse de los problemas ecológicos. El anarquismo es una filosofía que no tiene como objeto el conservacionismo, el control demográfico o una conciencia "verde". Su objetivo es la libertad humana, la igualdad y la solidaridad, desterrando la explotación y la autoridad. Pero un sistema comunista libertario sería poco sensato si desconociera la gravedad de los problemas anteriormente expuestos. Es más, no tendría muchas posibilidades de sobrevivir si no cambiase rápidamente su racionalidad por una nueva, en armonía con los recursos disponibles en la naturaleza. En una nueva racionalidad se favorecería el transporte público sobre el privado, reduciéndose la contaminación; se daría lugar a actividades menos rentables económicamente, pero como el objetivo es una producción social y no la obtención de beneficio monetario los patrones de evaluación serían distintos. Puede ser que los relojes, encendedores, envases y pañales descartables sean más rentables, y de hecho lo son. Pero una producción para los hombres y no para la simple obtención de beneficio hará bienes más durables, reciclables y de impacto ecológico reducido. Una tasa de natalidad reducida, la desconcentración de las grandes urbes serán problemáticas a afrontar también en una sociedad libre de opresores.
La lucha en este tipo de problemáticas se alinea en general en el campo reformista. Participar en ellas requiere del mismo cuidado que la participación en la lucha sindical. Sabemos que son luchas que el sistema las apadrina muchas veces y las estimula para desviar los reclamos sobre la problemática social. Pero no debemos desestimarla ni darle un peso mayor que el que le corresponde. De todos modos la solución no pasa por mantener el sistema ecológico sino por una revolución que acabe de una vez por todas con la explotación, la autoridad y todas las iniquidades que padecen los seres humanos por culpa de los explotadores. Un mundo verde y reciclable, con ballenas contentas y sin humo, pero con explotados y opresores podría ser tanto o más espantoso que este.
Patrick Rossineri
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