Dialéctica, Materialismo y cientificismo
P. Rossineri
Según se sostiene corrientemente, uno de los grandes logros de Marx y Engels ha sido la construcción de una teoría para conocer la naturaleza y la sociedad basada en la ciencia, mejor conocida como materialismo dialéctico, y su derivado aplicado a la historia de la evolución social humana, el materialismo histórico. Esta teoría científica a su vez posibilitó la creación de un socialismo científico, en contraposición al socialismo utópico, que no tendría una base científica, porque no estaría fundado sobre las leyes de la dialéctica. Esta visión del marxismo ha sido en las ciencias sociales de importancia capital para el desarrollo de estas ciencias, en especial a partir de mediados del siglo XX hasta hoy. Fue en los ’60 y ’70 cuando las esuelas marxistas lograron su apogeo en lo que se refiere a producción teórica y académica, surgiendo corrientes marxistas en antropología, sociología, historia, psicología, pedagogía, geografía y lingüística, entre otras disciplinas.
A pesar de los aportes de tantos científicos sociales, algunos de los cuales produjeron obras de considerable importancia, el materialismo dialéctico y su deudo, el materialismo histórico, demostraron no solo sus limitaciones, sino también su inconsistencia epistemológica, teórica y metodológica, y su discurso comenzó a percibirse no como científico sino como cientificista. Los diversos intentos de apareamiento entre el marxismo y otras corrientes teóricas como el estructuralismo o el psicoanálisis terminaron en rotundos fracasos. Filósofos, sociólogos y antropólogos de moda al calor de las barricadas del 68, pasaron de best sellers internacionales a componentes privilegiados de las mesas de saldos en las librerías: Fromm, Althusser, Marcuse, Debray, así como otros tantos.
Esta pérdida de interés ha sido explicada desde muchos puntos de vista diferentes. Ya sea por obra del surgimiento del postmodernismo o debido a muerte por aplastamiento a causa de la caída del muro de Berlín, la crisis del marxismo se manifiesta principalmente en la plétora de revisionismos que intentan salvar algo del desastre: una categoría por aquí, un concepto por allá, los escritos del joven Marx e incluso algún coqueteo autocrítico con el anarquismo. Lo que está indudablemente claro es que algo se hizo mal y mucho de lo que se creía sólido no era más que dogmatismo disfrazado de certeza científica incuestionable.
Lo triste del asunto es que millones de hombres y mujeres que sacrificaron sus vidas al socialismo científico, hipotecaron su futuro, sucumbieron frente a la mentira, no sin decepción, desencanto, torturas, muerte y exilios. Peor aún, los novicios falsos revolucionarios de nuestros días, traicionan a los antiguos próceres que solían endiosar (Lenin, Stalin o Mao) para adorar nuevos ídolos (el voto popular, el cargo político, la democracia, Fidel Castro, el nacionalista Chávez o cualquier dictador antiyanqui que se cruce por el camino). Y siempre suena de fondo la misma canción; socialismo científico, materialismo dialéctico; la revolución como un juego de ajedrez o, si se prefiere, de tablero con fichas y dados.
El error continúa como una incógnita sin despejar debido a que se encuentra en la base misma de la concepción materialista dialéctica, en la forma en que Marx y Engels pergeñaron una teoría científica que, más allá de su admirable esfuerzo teórico, no es ciencia en absoluto. Quizás para el momento histórico y social en que se ideó el socialismo marxista, las tendencias intelectuales de la época justificaban la intención de crear un socialismo científico. Algo parecido ocurrió con Kropotkin, que intentó esbozar un anarquismo basado en principios científicos mecanicistas y evolucionistas, oportunamente criticado por Malatesta, quien en cambio definía al anarquismo como una ideología basada en una ética, más allá de la ciencia. De todos modos, en aquellos años no faltaron críticos a la visión cientificista de Marx, entre otros el propio Bakunin. Éste sostenía que la dialéctica hegeliana –de la que Bakunin fue adepto de joven- era pura metafísica, y por consiguiente también sus seguidores y derivados positivistas o socialistas:
“Metafísico es el término que usamos para designar a los discípulos de Hegel y los positivistas, y, en general, a todos los adoradores de la ciencia como diosa, a todos esos modernos Procustos que de una manera u otra, han creado un ideal de organización social, un molde estrecho en el que meterían a las futuras generaciones, a todos aquellos que, en vez de ver en la ciencia únicamente una de las manifestaciones de la vida natural y social, insisten en que la totalidad de la vida queda comprendida en sus teorías científicas necesariamente experimentales. Los metafísicos y los positivistas, todos esos caballeros que consideran que es su misión prescribir las leyes de la vida en nombre de la ciencia, son, consciente o inconscientemente, reaccionarios.”
Esta metafísica a la que se refiere Bakunin fue recubierta de fraseología cientificista y vendida como ciencia hasta el día de hoy. No es que los científicos serios crean en el materialismo dialéctico o que lo lleven a la práctica en sus investigaciones. La ciencia marcha por otros rumbos y los textos de cabecera de los científicos no son la “Dialéctica de la Naturaleza” de Engels, sino los que escribieron Albert Einstein, N. Wiener o S. Hawkins. En contraste, los experimentos que llevaron adelante en la Unión Soviética el lingüista Nikolai Marr y el biólogo Trofin Dimitrevich Lyssenko, son un ejemplo extremo del descalabro a que se puede llegar aplicando a rajatabla las concepciones quiméricas de Marx y Engels.
Nikolai Marr elaboró una teoría que proponía a aplicar las nociones marxistas de estructura y superestructura a la lingüística. Se convirtió en la teoría oficial de la Unión Soviética, mientras los grandes lingüistas rusos no marxistas como Roman Jakobson partían al exilio o al ostracismo, como ocurrió con Mijail Bajtin, el más grande folklorista (y también lingüista), redescubierto hace unas décadas. Los textos de Jakobson y Bajtin aún son lectura obligatoria en la enseñanza universitaria, mientras que los textos de Marr jamás volvieron a editarse. La lingüística de Nikolai Marr era tan descabellada que el propio Stalin en 1934 escribió un librito de lingüística para refutarlo.
El caso de Lyssenko fue algo más trágico. Debido a que los principios de la genética burguesa –es decir, la actualmente vigente genética mendeliana- desmentían las afirmaciones marxistas sobre la naturaleza, Lyssenko implantó una “genética revolucionaria” en que las diferencias entre los seres vivos no eran de origen genético sino que eran influencia del medio ambiente, basada en “hibridaciones”. Si bien era fácilmente refutable, la doctrina de los caracteres adquiridos fue la doctrina oficial soviética durante décadas, por el simple hecho de no contradecir al materialismo dialéctico. "La herencia de los caracteres adquiridos no es una evidencia científica, sino una creencia supersticiosa. Se ha mostrado mucho más resistente a la experimentación que otras hipótesis biológicas. Ha contribuido específicamente a retrasar el análisis del mundo vivo en general y la reproducción en particular. Podemos cortar el rabo en el nacimiento a todos los ratones de una cierta línea; al cabo de veinte o treinta generaciones, tendremos miles de ratoncitos con un rabo perfectamente normal, con la misma longitud media y el mismo grosor que sus ancestros" (F. Jacob. La lógica de lo viviente, 1970). Alain Benoist, autor de un artículo titulado “El escándalo Lyssenko”, refiere cómo se hacía ciencia en la Unión Soviética: “Si la teoría marxista contradice las leyes de la vida (y viceversa), el error, por fuerza, ha de hallarse en las leyes de la vida, razonaba Lissenko. De otra forma, el gran sueño mesiánico de Marx, Engels y Lenin de cambiar radicalmente el mundo y la naturaleza del hombre actuando sobre las "superestructuras" y sobre el medio, al término de una historia interpretada exclusivamente sobre parámetros socioeconómicos, podría demostrarse una entelequia irracional y una quimera insensata”.
Los experimentos de Lyssenko llevaron al fracaso de la agricultura y a la hambruna general en 1963, y por fin, a su destitución del cargo que ostentaba en el Instituto de Genética de Moscú al año siguiente. La pseudociencia materialista dialéctica, suscitó la cárcel de los científicos opositores y el hambre del pueblo ruso, lo que hacía reflexionar al brillante genetista francés Jacques Monod: "Que un charlatán autodidacta y fanático haya dispuesto en su país, a mediados del siglo XX, de todos los medios del poder para imponer en biología una teoría inepta y en agricultura unas prácticas ineficaces, cuando no catastróficas; que este iluminado llegara a lanzar una censura oficial sobre la enseñanza y la práctica de una de las disciplinas biológicas fundamentales, la genética, es algo que sobrepasa la imaginación".
Cómo puede ser entonces que todavía se siga planteando seriamente no sólo la delirante idea de un socialismo científico, sino que se continúe insistiendo en los méritos del materialismo dialéctico como una ciencia que estudia las leyes generales del cambio en la naturaleza. No planteamos que la dialéctica o las formas de razonar dialécticas sean falsas, incorrectas o que no hayan hecho ningún aporte a la humanidad. Lo que afirmamos es que el materialismo dialéctico es una metafísica, y por lo tanto no es ciencia. Para lo cual deberemos demostrar que no es una ciencia y entender la evolución del pensamiento dialéctico.
El método dialéctico de Hegel
Si bien los orígenes de la dialéctica se remontan a la antigua filosofía griega, siendo Heráclito uno de sus referentes principales, es en la obra hegeliana donde la dialéctica adquiere su sentido moderno. En un intento de superar la filosofía idealista de Kant, G. W. Hegel sostendrá una concepción dialéctica de la realidad, es decir, la realidad es dinámica, movimiento, transformación que surge a causa de las contradicciones internas. La realidad no es estática sino un proceso; existe un continuo fluir de contradicciones que se corresponden con los tres momentos que Fichte denominó tesis, antitesis y síntesis. En un primer momento existe la tesis, posición o afirmación, o la “realidad en sí”. La antitesis es la negación de la afirmación anterior, lo que está en sí se desgarra, se enajena y se niega desarrollándose en un “otro”. La síntesis es la negación de la negación, la superación del conflicto de los dos estados anteriores y su reconciliación en un tercero, una superación, que de forma circular se convierte en otra nueva tesis, un nuevo primer momento o afirmación que deberá ser negado y resuelto en otra síntesis, siempre de orden superior. Según Hegel la realidad se desenvuelve en estas tríadas dialécticas. El gran aporte de Hegel es intentar ver la realidad no como algo estático sino dinámico (en desarrollo), incorporando la contradicción al sistema, sin ignorarla como algo anómalo. Debemos tener en cuenta que las concepciones mecanicistas y estáticas de la física clásica newtoniana eran las concepciones dominantes, y en biología se estaba aún lejos de formularse la teoría de la evolución por selección natural de Darwin.
Para Hegel la historia humana es la revelación del Espíritu Absoluto, es decir, es teleológica, tiende a un fin. Los acontecimientos históricos son necesarios y racionales, y el Estado es la institución que asegura el cumplimiento de los fines últimos de la Historia. Si bien el pensamiento de Hegel dista mucho de estar explicado en estas líneas, lo que nos importa destacar aquí es que sobre esta concepción manifiestamente metafísica se construirán los cimientos del socialismo científico y el materialismo dialéctico. Las ideas de Hegel, Marx y Engels fueron criticadas fuertemente por Kart Popper y Jean Paul Sartre, y defendidas ardientemente por Marcuse. No nos interesa hilar tan fino. Creemos que el hecho de que el materialismo dialéctico sea una metafísica y no una ciencia, no convierte a muchos de los trabajos de Marx en una tontería, sino que es necesario ponerlos en su justa dimensión. Karl Marx era respetado por Bakunin como un analista social brillante de su época, pero nunca se dejó engañar ni por sus “descubrimientos”, ni mucho menos por su personalidad avasallante y narcisista: “Ningún camino conduce de la metafísica a las realidades de la vida. La teoría y los hechos están separados por un abismo insondable. Es imposible saltar este abismo entre la lógica y el mundo de la naturaleza y de la vida real con lo que Hegel llamaba «un salto cualitativo» del mundo.”
Los principios del materialismo dialéctico: Primera ley dialéctica
A diferencia de Hegel, Marx edificará una dialéctica no sobre la razón o la idea sino sobre la materia. De esta forma, Marx y Engels “piensan que Hegel está en lo cierto al decir que el pensamiento y el universo se encuentran en perpetuo cambio, pero que se equivoca al afirmar que los cambios en las ideas son los que determinan los cambios en las cosas. Por el contrario, las cosas nos ofrecen las ideas, y estas se modifican porque las cosas se han modificado” (Georges Politzer, Principios Elementales y Fundamentales de Filosofía, p. 102). El método dialéctico se fundamenta en tres leyes expuestas por Engels en su obra conocida como el Anti-Dühring. Las detallaremos a continuación debido a que en su fundamentación y ejemplificación se revela claramente su carácter frívolo y la retórica de aficionado con la que Engels pretendió convencer al mundo de que su materialismo dialéctico era tan científico como la Ley de Gravedad.
En primer lugar Engels sanciona una Ley de unidad y lucha de los contrarios que sostiene que todo en el universo está formado por parejas de opuestos en lucha continua, generadores de los cambios y movimientos en la naturaleza. En la naturaleza nada es estático sino que está todo en movimiento. Lo que parece estático solo lo es en forma relativa porque tanto los planetas, las estrellas y las galaxias están en perenne movimiento. Una manzana –en sentido ontológico- no es sólo una manzana en un momento determinado sino que es su evolución, su historia; fue una flor, una manzana verde, luego maduró y finalmente se descompondrá, con el fin de generar una nueva planta. Este devenir presenta fases que se suceden necesaria y naturalmente por un proceso interno inherente a la manzana llamado autodinamismo, es decir, una fuerza procedente del propio ser que se manifiesta a través de las transformaciones de la materia. Este movimiento correspondería a una Ley universal según la cual las cosas se transforman en su contrario. Una cosa no es una cosa en sí sino que también contiene a su contrario, o sea, es ella misma y su contrario. En el interior de cada cosa existen dos fuerzas opuestas, antagónicas en lucha. La cosa cuando es transformada no es por causa de una de las dos fuerzas solamente sino por la lucha de dos fuerzas en sentidos opuestos: hay una afirmación y una negación dentro de cada cosa, de cada ser, una contradicción. Esta contradicción es la raíz del cambio. Es interna, intrínseca a todas las cosas.
“Si tomamos el ejemplo de un huevo que una gallina pone e incuba vemos que en el huevo se encuentra el germen que a cierta temperatura y en ciertas condiciones se desarrolla. Este germen, al desarrollarse, dará un pollito: así este germen ya es la negación del huevo. Vemos con claridad que en el huevo hay dos fuerzas: la que tiende a que continúe siendo huevo y la que tiende a que se transforme en pollito. El huevo está, pues, en desacuerdo consigo mismo y todas las cosas están en desacuerdo con ellas mismas.
Esto puede parecer difícil de comprender, porque estamos habituados al razonamiento metafísico, y por eso debemos hacer un esfuerzo para habituarnos de nuevo a ver las cosas en su realidad” (Politzer, op.cit., p. 119).
Si las anteriores palabras de Georges Politzer –un reconocido filósofo del P.C. francés del período de entreguerras- fueran tan solo una metáfora para explicar el cambio social, la cosa terminaría allí. Pero lo que se sostiene desde el materialismo dialéctico es que las todas las cosas materiales, los procesos de la naturaleza y la sociedad tienen su afirmación y su negación. La realidad es así, porque la naturaleza es así, dialéctica. Nos preguntamos cual es la fuerza que tiende a que el huevo siga siendo huevo, si descartamos el hecho de que se nos ocurra ponerlo en una heladera para conservarlo. En donde reside, en qué parte del huevo existe semejante tendencia, que pone a un huevo en desacuerdo consigo mismo, y en qué nos basamos para sostener que un pollito es la negación del huevo. Un huevo y un pollo son verdaderamente diferentes, pero si observamos atentamente el proceso de desarrollo y su constitución genética, son lo mismo en diferentes etapas. El corte entre pollito y huevo es arbitrario, una elucubración del observador. Un huevo un segundo antes de eclosionar el pollo, ¿es un huevo o un pollito encerrado? Al contrario de lo que sostiene Politzer, no es difícil de comprender la realidad natural a través del materialismo dialéctico, sino que es bastante simple. Lo único que olvidó decirnos es cómo se logra “ver con claridad” dos fuerzas que se oponen dentro de un huevo, y el pequeño detalle de demostrarlo. La realidad es un todo complejo, que los metafísicos dialécticos convierten en un todo complicado. Engels afirmaba también que lo que es causa puede ser, según las circunstancias, efecto y viceversa, que todo es renovación constante y “que los dos polos de una antítesis, el positivo y el negativo, son tan inseparables como antitéticos el uno del otro y que, pese a todo su antagonismo, se penetran recíprocamente” (Engels; Del Socialismo Utópico al Socialismo Científico). Reconociendo que no siempre es fácil aplicar el principio de unidad de los contrarios en algunos casos de la realidad, lo importante –aconseja Politzer- es retener que “la dialéctica y sus leyes nos obligan a estudiar las cosas para descubrir en ellas la evolución, las fuerzas, los contrarios que determinan esta evolución” (op .cit, p. 125). La ciencia verdadera, en cambio, opera justamente al revés; primero se estudian los casos particulares y luego se deducen las generalidades.
La pseudociencia de Marx y Engels primero estableció unas leyes generales lo suficientemente sinuosas como para ser aplicadas a cualquier caso y luego, se dedicó a aplicarla a los casos concretos. No es muy diferente a la forma de argumentar que tienen muchas sectas religiosas o los creyentes en el origen extraterrestre de los seres humanos, tan difíciles de corroborar como de refutar. Esta licenciosa ejemplificación de la que Engels hace uso se manifiesta en su burda interpretación de la matemática, encontrando dialéctica donde sólo él la ve, y ningún matemático lo hizo jamás: “también construye la contradicción de que líneas que se cortan ante nuestros ojos tienen que valer, cinco o seis centímetros más allá, como paralelas, esto es, como líneas que no pueden cortarse al prolongarlas en el infinito. Y sin embargo, con estas y otras contradicciones aún más violentas, la matemática superior produce resultados no sólo correctos, sino, además, inalcanzables por la matemática elemental” (Engels; Antidühring, p.116). Otro fantástico ejemplo que nos regala la sapiencia dialéctica, en este caso de Politzer, es el siguiente: un fenómeno tan común como el herrumbre u óxido de hierro en un instrumento metálico es causado por la “lucha entre el hierro y el oxígeno” (Politzer, p.244). O su lírica descripción de la vida y la muerte como una lucha entre contrarios, es decir, que la vida se transforma en muerte porque tiene una contradicción interna, habiendo unidad en las fuerzas contrarias, así como la concepción de que la vida es una conquista sobre lo no-vivo. Esta noción de la vida y la muerte como dos fuerzas que luchan entre sí, está profundamente vinculada al animismo metafísico y la creencia religiosa de que la muerte tiene existencia real, una entidad, en lugar de presentar a lo muerto como aquello ausente de vida.
Segunda Ley Dialéctica
La segunda ley dialéctica es la de conversión de la cantidad en cualidad y viceversa. Según se afirma, tanto el aumento como la disminución de la cantidad de materia transforman la cualidad de la misma, suponiendo un mejoramiento, un progreso de los seres. El ejemplo obvio y citado hasta el hartazgo lo constituye el cambio brusco que se produce en los cambios de estado del agua. Es bien sabido que en condiciones de presión normales el agua se mantiene en estado líquido entre los 1 y los 99 grados, y que por debajo de ese punto se solidifica en hielo y por encima hierve transformándose en estado gaseoso. La acumulación gradual de calor (cambio cuantitativo) no afecta el estado líquido del agua, pero al llegar a 100 grados se transforma súbitamente en vapor (salto cualitativo). “El paso cualitativo a un nuevo estado sólo es posible mediante la victoria de una de las fuerzas contrarias sobre la otra” (Politzer, p.233). Esta Ley general de la dialéctica de la naturaleza y de la sociedad reduce el papel de las ciencias a investigar cuales son los cambios de cantidad que se necesitan para alcanzar el salto cualitativo, algo que Engels aseguraba de antemano que ocurriría inevitablemente. Los cambios cuantitativos no son cambios manifiestos, son graduales, mientras que los cambios cualitativos ocurren súbita y repentinamente, siendo resultado de esa serie de cambios inadvertidos. Los ejemplos que acompañan tan trascendental Ley de la naturaleza y la sociedad descubierta por Engels son nuestros viejos conocidos protagonistas: el pollito con su huevo, la manzana y la flor. Pero -según cree Engels- se agregan importantes confirmaciones estudiando un poco de Historia. “Para terminar, vamos a apelar a otro testimonio más de la mutación de cantidad en calidad, a saber, Napoleón. Este describe el combate de la caballería francesa, de jinetes malos, pero disciplinados, contra los mamelucos, indiscutiblemente la mejor caballería de la época en el combate individual, pero también indisciplinada: Dos mamelucos eran sin discusión superiores a tres franceses, 100 mamelucos equivalían a 100 franceses; 300 franceses eran en general superiores a 300 mamelucos, y 1.000 franceses aplastaban siempre a 1.500 mamelucos” (Engels, Antidühring, p.119). ¿Se puede encontrar un ejemplo más burdo? Sí, si recurrimos a los ejemplos de Politzer en nuestro auxilio. Un candidato a un cargo político que necesita 60.233 para ser elegido, obtiene su salto cualitativo justamente con el voto 60.233. Mientras que los votos se iban sumando de a uno se producía una acumulación gradual de sufragios, cuantitativa, pero al alcanzar la cifra que le permitía acceder al cargo el candidato se convierte en diputado o funcionario estatal, el salto cualitativo, repentino. De más está decir que la sociedad funciona de la misma manera, y que los cambios cuantitativos en el modo de producción capitalista nos llevaran a un salto cualitativo o revolución.
Los cambios cualitativos se producen necesariamente, luego de una acumulación cuantitativa. Si tomamos un jarro de agua y lo echamos al fuego al llegar a 100 grados hervirá y si lo dejamos allí el tiempo suficiente el contenido total del jarro se evaporará. Solo que si en vez de poner al fuego el mismo jarro con agua lo dejamos al sol en la ventana de nuestra casa, su contenido se evaporará de todos modos sin haber nunca llegado a hervir. Entonces no hay salto cualitativo por la acumulación cuantitativa y gradual. Si razonáramos como Engels haciendo generalizaciones a través de analogías, podríamos llegar a la penosa conclusión que la revolución es imposible. Recordemos que el planteo de Engels es que esta es una ley natural, tan natural como las leyes de la física. Esta estupidez intelectual generaría risa sino fuera por las funestas consecuencias que generó. El sabelotodo y obsecuente stalinista que fue Politzer creía poder impugnar al genetista Weissman, rival de Lyssenko, acusando de metafísicos y mecanicistas a los científicos que sostenían que en los genes (el material hereditario) se encontraban las claves del desarrollo del ser vivo. Sostenía que si el medio ambiente no alteraba el material hereditario, no se podía comprender la aparición de las nuevas variedades, lo cual sólo era posible por la acumulación de cambios cuantitativos que se transformaban en cambios cualitativos, citando en su apoyo a la ya por ese entonces superada y anticuada Dialéctica de la Naturaleza de Engels. Demás está decir que era Weissman el que estaba en lo cierto.
Además los saltos cualitativos son con frecuencia un progreso, un paso de lo inferior a lo superior, son un movimiento ascendente y progresivo. Esto se manifiesta palmariamente en la evolución de las sociedades: la sociedad salvaje es inferior a la sociedad antigua, ésta es a la sociedad feudal, y por fin, el capitalismo, superación de todas las anteriores formas sociales será superado por el socialismo. Si las teorías científicas se midieran por su capacidad de predicción, hace tiempo que ya nadie hablaría del socialismo como ciencia. Desde el punto de vista de la segunda ley de la dialéctica, “desear la revolución sin crear las condiciones necesarias para ella es incuestionablemente hacerla imposible” (Politzer, p. 226). Es decir, el “aventurerismo de izquierda” –como denominaba Lenin al anarquismo- repudia la necesidad de preparar el cambio cualitativo mediante la evolución cuantitativa, para impedir la verdadera acción revolucionaria, por lo tanto es enemigo de la revolución. Ya conocemos las consecuencias de semejante forma de pensar: miles de muertos, desterrados, presos y torturados por la maquinaria del socialismo científico bolchevique.
Tercera Ley Dialéctica
La tercera ley de la dialéctica es la de negación de la negación. El cambio se produce en tríadas dialécticas: tesis, antitesis y síntesis. La síntesis es la negación de la antitesis, que a su vez era la negación de una afirmación (tesis). La síntesis reúne lo bueno de la antitesis y la tesis que estaban en contradicción. La síntesis es un progreso, una fase superior a las dos anteriores, y también es una afirmación (una nueva tesis) que será el germen de un nuevo proceso dialéctico superador. “Pensemos en un grano de cebada. Billones de tales granos se muelen, se hierven y fermentan, y luego se consumen. Pero si un tal grano de cebada encuentra las condiciones que le son normales, si cae en un suelo favorable, se produce en él, bajo la influencia del calor y de la humedad, una transformación característica: germina; el grano perece como tal, es negado, y en su lugar aparece la planta nacida de él, la negación del grano. Pero ¿cuál es el curso normal de la vida de esa planta? La planta crece, florece, se fecunda y produce finalmente otros granos de cebada, y en cuanto que éstos han madurado muere el tallo, es negado a su vez. Como resultado de esta negación de la negación tenemos de nuevo el inicial grano de cebada, pero no simplemente reproducido, sino multiplicado por diez, veinte o treinta” (Engels, Antidühring, p.120). Si el progreso como lo entiende Engels, si la negación de la negación es una etapa superior a las dos anteriores, lo cual se manifiesta en el grano de cebada multiplicado, esta superioridad es cuantitativa. Más adelante Engels afirma que los jardineros que cultivan flores ornamentales, tratando y seleccionando semillas producen flores más hermosas, cualitativamente mejoradas, gracias a la negación de la negación; en este caso la superación es cualitativa. Con estos criterios científicos tan laxos, un observador –en este caso el propio Engels- podrá encontrar siempre en cualquier género de vida animal o vegetal pruebas de mejoramiento, de progreso y evolución hacia una instancia o fase superior, porque donde no hay un aumento cuantitativo, lo habrá cualitativo, más aún si como Engels pensamos que una orquídea más hermosa es superior a una que seguramente no será de su gusto. Engels alude luego a las mariposas y su desarrollo, y nos explicita claramente su objetivo: “lo único que pretendemos aquí es mostrar que la negación de la negación tiene realmente lugar en los dos reinos del mundo vivo. Por otra parte, toda la geología es una serie de negaciones negadas, una serie de sucesivas destrucciones de viejas formaciones rocosas y depósito de otras nuevas” (idem, p.126). Así, de un plumazo, se pretende hacer creer al mundo que reposa sobre la contradicción dialéctica, y que encima éste es un razonamiento científico.
La cosa no queda ahí; para nuestro docto sabelotodo también en las matemáticas anida la negación de la negación. “Tomemos una magnitud algebraica cualquiera, a. Negándola tenemos –a (menos a). Negando esta negación, multiplicando –a por –a, tenemos +a², es decir, la magnitud positiva inicial, pero a un nivel más alto, a saber, la segunda potencia.”(idem, p.128). El genetista Jacques Monod, autor del celebrado libro El azar y la necesidad afirma que la forma en que Engels utiliza estos ejemplos “ilustran sobre todo la amplitud del desastre epistemológico que resulta de la utilización ‘científica’ de las interpretaciones dialécticas. Los dialécticos materialistas modernos evitan en general caer en parecidas tonterías. Pero hacer de la contradicción dialéctica la ‘ley fundamental’ de todo movimiento, de toda evolución, no deja de ser un intento de sistematizar una interpretación subjetiva de la naturaleza que permite descubrir en ella un proyecto ascendente, constructivo, creador; volverla, en fin, descifrable, y moralmente significante. Es la ‘proyección animista, siempre reconocible, sean cuales sean los disfraces” (p. 48). Demás está decir que el carácter animista del materialismo dialéctico no solo excluye el postulado de objetividad sino que es incompatible con la ciencia. Tan es así, que el mismo Engels rechazó el segundo principio de termodinámica y el aspecto selectivo de la evolución en la teoría de Darwin –dos descubrimientos que revolucionaron las ciencias en general- por no encajar en su teoría dialéctica. Con todo desparpajo, Engels nos ilustra sobre la magnitud de la tercera ley de la dialéctica: “¿Qué es, pues, la negación de la negación? Es una ley muy general, y por ello mismo de efectos muy amplios e importante, del desarrollo de la naturaleza, la historia y el pensamiento; una ley que, como hemos visto, se manifiesta en el mundo animal y vegetal, en la geología, en la matemática, en la historia, en la filosofía…” (Engels, idem, p.130).
El materialismo histórico de Marx hace hincapié fundamentalmente en esta ley dialéctica ya que cuando las fuerzas productivas entran en contradicción con las relaciones sociales de producción se inicia un período de lucha, transformación que conducirá a la liquidación del sistema o modo de producción, estableciéndose un nuevo período superior –una superación con respecto al modo de producción precedente- reiniciándose nuevamente el proceso. De esta forma es posible la evolución, el cambio y el progreso en la Historia, a través de la lucha de clases.
Conclusiones
Si bien los análisis de Marx -a diferencia de los de Engels- son mucho más ricos y complejos que la reseña anterior, no nos preguntamos cuanto de verdad hay ellos sino por qué han sido sus estudios sobre el cambio social considerados como palabra sagrada en ciencias sociales por tanto tiempo (por no mencionar a los partidos y a los gobiernos que les otorgan carácter de verdad única, oficial e indiscutible). La mayoría de los investigadores sociales que aplican las ideas de Marx a los estudios históricos, sociológicos o antropológicos ya no toma en serio las ridículas afirmaciones de Engels que se expresan en obras como El Antidühring, La Dialéctica de la Naturaleza o Del Socialismo Utópico al Socialismo Científico. Pero no se puede simplemente mirar para otro lado y sostener que los trabajos de Marx son “algo diferente”, o que son “mucho más serios y científicos” que los de su amigo y socio, cuando ambos son totalmente responsables de la interpretación y reformulación de la filosofía de Hegel, y su aplicación al estudio de la Historia y al análisis de las sociedades. Marx era mucho más inteligente y brillante que Engels, eso es indudable. Pero pensar que Karl Marx hubiera censurado a Engels, en caso de haberse enterado de los disparates que son manifestados por su camarada acerca del mundo físico y natural en las tres obras anteriormente mencionadas, sería propio de ingenuos. Equivaldría a sostener que Lenin no era responsable de la represión a los revolucionarios de Kronstadt porque las acciones las dirigía Trotsky, su subordinado; o creer que no se puede acusar a Hitler de las barbaridades de Auschwitz, porque él no estaba al tanto de lo que allí ocurría. La obra de Marx es útil, su lectura provechosa y sus análisis fructíferos sólo si se toma parcialmente y olvidando su supuesto carácter científico. Un modo de producción, una clase social, la distinción entre superestructura/estructura[1] y decenas de conceptos –algunos verdaderamente originales- no tienen existencia real, no son entidades objetivas como suponían Marx y Engels sino construcciones del investigador, del observador. El sentido común indica que si la naturaleza no es dialéctica en el sentido que le otorgan Engels y Marx, tampoco es necesario que lo sea la totalidad de la Historia y la vida social. Las analogías y extrapolaciones que se hicieron desde la evolución y la historia del mundo social hacia el universo material, natural y físico, le dan ese tinte determinista, fatalista, de certeza inconmovible que presenta la pseudo ciencia del materialismo dialéctico y el materialismo histórico. Este dogma infalible se convierte en autoritarismo pseudo científico en la afirmación de Engels –consignada en el capítulo II de su libro Del Socialismo Utópico al Socialismo Científico- de que sólo siguiendo el camino dialéctico “llegamos a una concepción exacta del Universo, de su desarrollo y del desarrollo de la humanidad, así como de la imagen proyectada por ese desarrollo en las cabezas de los hombres”. Es el fundamento de la teoría del Partido Único dueño de la verdad, encargado de guiar a la Revolución, condenando a cualquier expresión disidente a la persecución policial del Partido o del Estado.
[1] Las nociones de estructura económica (infraestructura) y la estructura social, política e ideológica (superestructura) son resumidas por Marx en el Prólogo de la Contribución a la Crítica de la Economía Política: “en la producción social de su vida, los hombres contraen determinadas relaciones necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de producción, que corresponden a una determinada fase de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas relaciones de producción forma la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la que se levanta la superestructura jurídica y política y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social. El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social, política y espiritual en general. No es la conciencia del hombre la que determina su ser, sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia. Al llegar a una determinada fase de desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes, o, lo que no es más que la expresión jurídica de esto, con las relaciones de propiedad dentro de las cuales se han desenvuelto hasta allí. De formas de desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones se convierten en trabas suyas. Y se abre así una época de revolución social. Al cambiar la base económica, se revoluciona, más o menos rápidamente, toda la inmensa superestructura erigida sobre ella. (Obras Escogidas, Tomo II, p. 518, Editorial Progreso).
martes, 16 de enero de 2007
Dialéctica, Materialismo y cientificismo
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